Paz Molina


 Paz Molina, 1945

Poeta y novelista. Realizó estudios de Artes y Teatro en la Universidad de Chile y ha participado en diversos talleres literarios, dirigidos por los escritores Miguel Arteche, Pía Barros, Martín Cerda y Jaime Quezada, entre otros.
Ella misma ha dirigido talleres literarios, y ha desempeñado labores en la Fundación Neruda. Paz Molina es miembro de una generación de escritoras y poetas femeninas que surge en la década de los 80. Publica su primer libro de poemas, Memorias de un pájaro asustado, en 1982.
Le siguen Noche Valleja en 1992 y Cantos de Ciega en 1994.
Es también autora de dos novelas inéditas: Paradero 28, obra que obtuvo el segundo lugar del premio Pedro de Oña en 1980, y Apuntes para una sombra, mención en Juegos Literarios Gabriela Mistral en 1982 y mención honrosa Andrés Bello en 1983.




La rosa
( del libro Cantos de ciega)


Considera el perfume de la rosa
-me dijo un sabio- por su terciopelo.
No es cosa de ponerse tremebundo
y desterrar al sol de los jardines.
Yo quise hablarle de la rosa negra
de la rosa fundada en la sospecha
de la rosa revuelta en la ráfaga
de la rosa podrida en la conciencia.
Yo quise hablarle de la rosa ciega
de la rosa muñeca de madera
de la rosa ritual del calendario
de la rosa crema chantilly.
De la rosa. Yo quise hablarle de la rosa.
Pero estaba amortajado el caballero
en el perfume ambiguo de la rosa.

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Historias de ángeles II
(del libro Memorias de un pájaro asustado)




Yo quiero una mujer para apagar mis ansias,
dijo el Ángel, y un gesto obsceno le oscureció el semblante.
Estoy harto de alas y miriñaques,
ahora quiero deshonrar mi estirpe entumecida.
Quiero unos pechos vastos, formidables,
en extensión incierta como pensamientos humanos;
que se hundan en ellos mis torpes manos pudibundas.
Mis antiguas plegarias han de ser besos y saliva.
Quiero una inconfesable lujuria.
Se subleva mi espíritu macilento,
mi espalda sudorosa se inclina sobre un cuerpo
que parece ardorosa convulsión del Infierno.
Quiero un goce satánico,
dos piernas que agonicen de estertor,
y dos manos que perturben mi agónico sentido.
No recuerden mis cánticos.
Mis alas están yertas.
tan sólo quiero una mujer
y su nefasta dulcedumbre.